lunes, 13 de abril de 2009

Bogart



Sus pasos resonaban por las calles generando un eco que parecía salido de una película de cine negro y se imaginó a si mismo como un Humphrey Bogart de la vida, con su sombrero de ala ancha y su gesto de tipo duro al tiempo que exclamaba “siempre nos quedará París”
París, ¿qué es lo que le había traído a la ciudad del Sena? Conocía de sobra la respuesta, si bien prefería pensar que había sido un impulso súbito, tal vez un primer y último gesto de locura, un punto de partida; pero no, sabía de sobra que no se trataba de un impulso súbito y ni mucho menos un punto de partida.
Esos pasos le dirigían a través de un callejón oscuro, las sombras le rodeaban, ocasionales compañeras de viaje que el aceptaba con una sonrisa sarcástica, “la ciudad de las luces… tal vez lo fuera hace mucho tiempo”.
Hizo el gesto instintivo de mirar su reloj descubriendo su muñeca desnuda, su reloj dormía su borrachera en una mesita de hotel barato apoyado en una botella vacía de Cardhu de 13 años. Daba igual, el tiempo hacía mucho que había dejado de importar, casi tanto tiempo como el que había dejado de ser Proust en busca de ese tiempo perdido que tal vez nunca le correspondió, aquel que no medía en segundos, minutos y horas.
El ladrido de un perro que rompió el murmullo de sus pasos a través del callejón le sorprendió al punto de conseguir derribarle cual grito intimidador del cíclope Polifemo, le costó levantarse, tal vez por el efecto sedante de la botella ingerida como única cena.
Cavafis se sentiría orgulloso de él, iba a llegar a Ítaca viejo, como pedía el antiguo escritor en su poema, no viejo físicamente más si de espíritu después de haber atravesado mares con mayores peligros que el propio Poseidón.
Delante de él estaba Ítaca transformado en un antiguo puente que por una de esas extrañas paradojas de la historia respondía al nombre de Pont-Neuf. Y recordó aquel tiempo en que el destino tomando el papel de Leo Carax les había dirigido convirtiéndolos en los protagonistas de “Les amants du Pont Neuf”.
Se asomó al abismo encontrando al Sena plácido, murmurante tal vez susurrando que había estado esperándole durante largo tiempo.
Rebuscó dentro de su alma el coraje suficiente, un coraje que sólo encontraría en forma de licor dorado encerrado en una botella. Con ese falso coraje se sentó dejando que sus piernas colgaran en el vacío por encima del río e introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta encontrando ahí el viejo papel arrugado, desgastado por sus ojos a fuerza de tanto mirarlo, quería volver a leerlo a pesar de que la débil luz de las farolas que iluminaban el puente impidiera su deseo.
De improviso y sin haber avisado, sin ni siquiera haber sido llamado un viento traidor arrancó de sus manos el trozo de papel depositándolo con mimo sobre las aguas del río.
Bogart echó un último vistazo al viejo papel, “siempre nos quedará Paris” mientras descubría que nadie había para poder terminar su guión.
Mientras la tinta de un adiós se mezclaba melancólicamente con las aguas del Sena…

1 comentario:

Kina dijo...

Muy chulo, ya me explicarás luego algunas cosillas que no me quedaron claras jajaa... pero entiendelo, hoy estoy espesita con el resfriado y las droyas.